Los estereotipos permiten percibir a
los individuos como miembros de una categoría,
asumiendo que tienen cualidades relevantes de ésta
sin necesidad de comprobarlos (García Marques &
Mackie,1999). Además, pueden constituir una
exageración de la realidad que en algunos casos
ayuda a justificar el orden social, por lo que muchos
autores los han identificado como una de las
principales causas del prejuicio hacia los grupos
(Tajfel, 1981; Tajfel & Turner, 1979). Específicamente,
los estereotipos de género son creencias generales
acerca del sexo, asociadas a roles, características
psicológicas y conductas que describen a hombres y mujeres
(Alport, 1954; Fiske, 1993; Glick & Fiske,
2001; Plakoyiannaki, Mathioudaki, Dimitratos & Zotos,
2008). De acuerdo con la Teoría de los Roles
Sociales, estos estereotipos se derivan de los
comportamientos que los hombres y las mujeres
típicamente desempeñan, más allá de las diferencias biológicas
(Eagly & Mladinic, 1994; Glick &
Fiske, 2001), por lo que pueden llegar a adquirir un carácter normativo y prescriptivo, que determina cuáles
son los comportamientos y actitudes deseables
para cada género. Así, generalmente, las mujeres
han sido asociadas a roles dentro del hogar y
los hombres a
roles públicos (Vigorito & Curry,
1998). Relacionando las variables género,
poder, influencia
y estatus, se ha encontrado que las
diferencias de poder e influencia entre hombres y
mujeres
pueden favorecer el conflicto en las
relaciones de género y crear antipatía intergrupal e
ideologías hostiles
(Brauer & Bourhis, 2006; Glick & Fiske, 2001; Fiske & Dépret, 1996).
Respecto al estatus, se ha hallado que los roles masculinos
tradicionalmente han sido considerados con más estatus
que los femeninos (Camussi &
Leccarddi, 2005; Glick
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